En el anterior post sobre la muerte llegamos a la conclusión de que lo que más tememos es al estado de inconsciencia eterna. Pero, ¿qué sucede realmente cuando nos morimos? Todas las grandes religiones, todos los grandes santos y místicos de la historia, han hablado de la existencia de la vida después de la muerte, de la inmortalidad del alma. La cuestión es que tanta gente no puede estar equivocada, o, que al compartir todos los seres humanos el mismo gran temor hacia la muerte, de forma inherente, lleguemos a la misma conclusión: que la muerte no es el fin; para así, a modo de válvula de escape, poder apaciguar ese gran temor y de algún modo dar sentido a nuestras vidas.
No hay ni una sola evidencia, ni un solo hecho verificable sobre la supervivencia de la conciencia a la destrucción del cuerpo físico. Sólo queda la fe, la esperanza y la lógica en que el «diseñador» de este Universo no haya sido tan cruel como para dotar a ciertos seres de conciencia para luego, en pocos años, sumirlos en una oscuridad absoluta. Eso, suponiendo, que haya algún «diseñador», algún «arquitecto», y que todo esto no sea el resultado de causas y azares.
O tal vez, el que ha diseñado toda esta magna obra, haya relegado al más profundo misterio el conocimiento en vida, de la existencia de la supervivencia de la conciencia a la muerte del cuerpo físico. Esto resulta lógico en cierta medida, ya que si todos supiéramos a ciencia cierta que somos inmortales, que la muerte es una ilusión y que no hay nada que temer, la vida sería muy diferente. Si así fuere, casi nada tendría valor; las vidas humanas poco valdrían; apenas habría esfuerzo por superarnos, por avanzar como civilización. El desarrollo de la Ciencia, la Tecnología y la Medicina no avanzarían a pasos de gigante como ahora lo hacen, porque, si no hay nada que temer, si no hay nada contra lo que luchar, si no hay vida que alargar y mejorar, ¿quién se iba a esforzar? ¿Cuánta gente se suicidaría ante la más mínima dificultad en vida?
Tal vez esto suene extraño, pero pienso que el desconocimiento de lo que sucede realmente cuando morimos, es una de las más importantes estrategias de la evolución. Creo por tal motivo, que la Ciencia nunca hallará evidencias sobre esto, y que los seres humanos siempre vivirán con esa duda, y si acaso hallarán cierta certeza en su corazón. Pero precisamente esa duda será lo que nos haga realmente humanos y nos permita llegar como civilización hasta límites insospechables.
¿Existe entonces la vida después de la muerte? Yo quiero creer que sí, mi corazón me insta a sentir que sí, pero no lo sé. Esa es mi conclusión.
Existe otro problema con el tema de la muerte: el gran dolor que producen las pérdidas de aquellos que mueren antes que nosotros. Ya no hablamos de nuestra propia muerte, si no de la de nuestros seres queridos. Lo primero a tener en cuenta es que seamos conscientes de que el ser que se ha ido ya no sufre, bien sea porque se ha desintegrado en ese estado de inconsciencia eterna, bien sea porque ha pasado a otro plano de existencia, totalmente independiente del nuestro. Los que sufrimos, y mucho, somos los que nos quedamos a este lado. Por ello es muy importante el duelo. Hay personas cuyo duelo durará poco, así como hay personas cuyo duelo durará mucho, pero al igual que una herida física, por muy profunda y grande que sea, acabará sanando y cicatrizando.
Los que aquí quedamos seguiremos adelante, con la batuta de la vida en la mano, en el eslabón evolutivo humano del momento presente..., hasta que llegue también nuestra hora. Mientras tanto, seguiremos luchando por mejorar nuestra vida y nuestro mundo, lo mejor que sepamos, lo mejor que podamos, con el afán y el ímpetu de aquel que cree que sólo tiene una vida, pero con la esperanza de que la muerte no es el fin y que volveremos a reunirnos con nuestros seres queridos en otro plano de la existencia.
Por tales motivos no hay que temer a la muerte, pues si realmente somos inmortales, nada pasará; y si lamentablemente el Universo obedece a las leyes del azar y la crueldad de crear vidas finitas no es importante para la «ciega» inteligencia que guía el devenir del Universo, nuestro paso de la conciencia a la inconsciencia será tan rápido que no nos enteraremos. Cuando digo que no hay que temerla no digo que no haya que respetarla y ser cautos con ella. La vida es tan valiosa que hay que protegerla a toda costa, aun cuando se tenga la certeza de que la muerte no existe.
En cualquier caso, insisto, no hay que temer a la muerte, pues la muerte pertenece al futuro. Mientras vivamos el presente con plenitud, la muerte no podrá posar su gélida garra sobre nosotros, si acaso hasta décimas de segundo antes de nuestro fin.
Una vez le preguntó un discípulo a su maestro:
-Maestro, ¿existe la vida después de la muerte?
-¿Existe la vida antes de la muerte? -respondió el sabio maestro-. Eso es lo importante.
Hola, yo no creo que la perdida de un ser querido se pueda comparar a una herida fisica, no se sana nunca al 100%, es un dolor y un vacio que siempre se queda dentro de ti, eso es lo que pienso por experiencia personal, de todas formas me gustan mucho tus articulos, sigue asi besos
ResponderEliminarHola anónimo! Sí, sé que no se puede comparar la pérdida de un ser querido con una herida física, pero he puesto ese ejemplo porque ambas cosas siguen un proceso similar:
EliminarAl principio se produce la fase aguda, cuando la herida está abierta y sangra abundantemente, después va la fase de contención de la hemorragía y desinfección, y por último la fase de cicatrización.
A nivel emocional sucede algo similar, primero se produce un estado de shock y de gran dolor, es la fase aguda. Después la fase de asimilación y por último la de aceptación.
Esto puede durar mucho o poco, dependiendo de la persona y de la profundidad de la herida. Hay gente que no supera la fase aguda (tanto en la hérida física como en la emocional) y o muere por la hérida o se mata ella misma.
Sé que no se puede comparar, pero ambas heridas llevan un proceso similar, y al final es el tiempo, el gran sanador, el que cicatrizará la herida, a pesar de que siempre se note la marca en la piel, y en el alma.